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martes, 21 de abril de 2009

UTOPÍA

En la habitación se respiraba un aire viciado por el tabaco y la soledad, que poco a poco iba empañando los minutos, las horas…

A lo lejos las sirenas rompían el silencio de una madrugada que parecía no tener fin.

Víctor intentaba llegar lo antes posible al lugar de los hechos pero su bicicleta parecía andar a cámara lenta. Atajando calles logró saltar la barrera de la prisa y situándose a pocos metros del lugar de su destino, comenzó a divisar la muchedumbre que discutía sobre cómo solucionar el problema de la seguridad ciudadana, mientras los niños jugaban entusiasmados y ajenos a dicho tema, manipulaban coches de policía, bomberos, ambulancias, naturalmente imitaciones a los reales, tanto que acudió medio barrio. Realmente fue premeditado para poner una vez más a prueba la ineficacia de la Policía.

Ya en el lugar Víctor intentaba excusarse ante las críticas pero, de súbito se quedó sin voz, y sintiéndose derrumbado volvió tras sus pasos, que por cierto tan solo calzaba una bota, su cabeza la cubría un mugriento sombrero de paja y la placa colgaba de su cuello, pero eso sí, ¡el uniforme lo llevaba impecable!

En medio de tanta confusión recibió una llamada a través de la radio portátil que se abrigaba bajo el faro de la bicicleta, pero alguien llamó su atención, era Óscar un compañero del cuerpo que caminaba al son de la impotencia. Iba manchado de barro como si se hubiese arrastrado en el lodo. Había atendido un aviso que lo dejó… Un hombre estaba a punto de morir ahorcado. Cuando llegó al lugar, varios curiosos esperaban su llegada mirando al moribundo, de inmediato trató de soltarle la cuerda del paracaídas que se le había enredado en el cuello, ante la imposibilidad de no poder llevar a cabo él solo dicha labor, pidió ayuda a los espectadores que no quitaban ojo de este, y nadie se atrevió a acercarse.

Fue una experiencia dura, como tantas otras ya vividas. El paracaidista murió mirándole a los ojos, a la vez que pedía ayuda.

Ante la impotencia de verse solo y no haber podido hacer nada por él, se quitó la placa y la tiró en el barrizal envuelta en quince años de servicio dedicados al ciudadano.

Víctor intentaba consolar a su amigo dándole una palmadita en el hombro a lo que él respondió con una irónica mirada, a la vez que rechinaba los dientes culpándole por no haberle ayudado, desencadenando un forcejeo inusual entre compañeros.

Ya comenzaba a arañarles la cara, ese lobo que entre montañas asoma rabiosamente abriendo la puerta del amanecer, cuando se apoderó de ellos una lluvia de preguntas que resbalaban en la expresión de sus mejillas.

La alcoba fue poseída por una serie de notas musicales que aturdido le era imposible descifrar, pero que fueron despertándole sigilosamente.

Al abrir los ojos, Víctor se percató de que había quemado sus ilusiones igual que ese cigarrillo que yacía junto a su cama, uno más de cientos que habían dejado sellados sus dedos con un tono amarillento difícil de erradicar. Temía incorporarse, sabía que tras aquellas paredes, aquella ventana, aquellos cristales en los que se difuminaba su imagen cuando repetidamente posaba su mirada perdida, estaba la realidad, esa realidad que nunca aceptará. Se sentía decepcionado de que la administración, el sistema… funcionara así. Se daba cuenta de que había soñado la misma realidad cotidiana con la que se enfrenta, ni aún en sueños se podía evadir de ella. La falta de personal, de medios…

La jubilación estaba próxima y en el archivo de su memoria, ordenadamente, pasaba páginas recordando, su lucha contra la xenofobia entre razas, los robos, y en general todo tipo de desórdenes que afectan al incumplimiento de las leyes.

La esperanza de que soplen vientos nuevos, nunca se pierde. Confiaba en el futuro bienestar de la seguridad ciudadana, porque a pesar de todo, en la agenda de su corazón llevaba sellados los valores que le habían trasmitido sus superiores, a quienes casi siempre se descarga la furia culpándoles de ineficientes ante cómo dictar y cambiar las leyes, pero que realmente teníamos que empezar por cambiar los seres humanos y… en definitiva...

Vamos tejiendo maravillas en bastidores de sueños.


Utopía, publicado en:

XVII CONCURSO LITERARIO DE POESÍA Y RELATO CORTO 2005-2006 “EMILIA PARDO BAZÁN”

EDITA: CENTRO DE LA MUJER “EMILIA PARDO BAZÁN”

DEPÓSITO LEGAL: MU-326-2007

Relato corto, páginas 148-150

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